Por no mirar hacia el pasado, hay vejestorios que nos parecen novedades. Por ejemplo, el uso y cultivo de la mariguana fueron prohibidos en 1769 por el Arzobispo de México, Francisco Antonio Lorenzana. José Antonio de Alzate, sabio mexicano que tiene su calle en la Colonia de los Doctores, se opuso a la prohibición, alegando que la mota tenía efectos benéficos, aunque podía poner a la gente en estados ridículos, estúpidos o de plano espantosos.
El cáñamo, cannabis sativa, llegó a México desde el siglo XVII. Muy pronto se extendió tanto su consumo que los usuarios le dieron un apodo cariñoso en nahuañol: “pipiltzintzintlis”, que quiere decir “hijito” o “niñito”. Alzate, quien cultivó pipintzintlis con fines experimentales, escribió un artículo para defender a la yerba. En su defensa, dijo que podía inducir agradables sensaciones de felicidad erótica, así como visiones paradisiacas. Así pues, no es de extrañar que Alzate también anotara que le robaban las plantas que usaba para sus observaciones científicas. El artículo que publicó Alzate motivó una respuesta en la revista que publicaba José Ignacio Bartolache, quien también tiene su calle, pero en la Colonia Del Valle. La respuesta destacaba las virtudes curativas de la mariguana, diciendo que los curanderos la daban a beber en infusión a manos llenas, como remedio para cualquier mal, real o imaginario. A fin de cuentas, la prohibición del Arzobispo Lorenzana no se hizo efectiva. La razón que se dio en el Virreinato para no hacerle caso a Lorenzana fue: “la prohibición incita más y más el deseo de la cosa prohibida”. Por ahora, lo que importa de esta historia es subrayar un mal de nuestros tiempos: nos creemos los muy modernos cuando nos fumamos un churro, siendo así que somos bastante anticuados o, por lo menos, bastante semejantes a como es la gente de todo tiempo y lugar. Vivimos encerrados en nuestra época, privándonos de puntos de comparación, por lo cual nos imaginamos que somos libres como nadie lo ha sido, cuando bien podría ser cierto que somos más cautivos que nunca: de las leyes y el Estado, por no decir nada de nuestras pasiones. Quiero decir, a pesar de que, basados en nuestra ignorancia engreída, asumimos que el Virreinato fue un tiempo de candados morales cuya llave estaba en poder de un Inquisidor eclesiástico, Alzate pudo conducir sus experimentos con mariguana sin que lo fuera a molestar ningún inspector y sin temor a que lo metieran al tambo. Damos por hecho que aquella fue una época oscurantista, sin reparar que el uso de la mariguana se discutía públicamente en las revistas de la época. Sobre todo, pasamos por alto que la prohibición no surtió efectos: nuestros novohispanos choznos se daban sus buenos pasones, sin que la autoridad se entrometiera. Hoy ya no tiene tanta libertad una señora a quien le gusta poner macetas en su azotehuela y quisiera plantar unas amapolitas, por la simple y llana razón de que son flores muy bonitas. O lo que es peor, si en estos tiempos a un retrógrada derechista se le ocurriera afirmar que la mariguana es nociva para la salud física y mental, le lloverían encima invectivas y anatemas que jamás le hubieran pasado por la mente a la Santa Inquisición. En el ambiente de ahora, es imposible posible discutir diferencias con razones claras, pasiones sinceras y buen humor. La sustancia que inspiró este mitote fue tomada del capítulo que Rodrigo Martínez Baracs contribuyó para el libro Las reformas borbónicas 1750-1808, coordinado por Clara García Ayluardo y publicado por el Fondo de Cultura Económica.
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Yo quiero vivir en un país donde, cuando el Presidente de la República dé el Grito de Independencia en 2049, grite ante un pueblo que festeja pacíficamente con confeti y serpentinas: “¡Viva Hidalgo! ¡Viva Morelos! ¡Viva Guerrero! ¡Viva Iturbide! ¡Viva José Woldenberg!”
José Woldenberg estudió sociología y después una maestría en Estudios Latinoamericanos. Durante tres años estudió cine en el CUEC. Desde 1974 es profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Tenía 22 años cuando dio su primera clase. Poco después, además de enseñar teoría política, comenzó a ejercitarse en su práctica, participando en la fundación del Sindicato de Personal Académico de la UNAM (SPAUNAM), que en 1977 se fusionó con el Sindicato de Trabajadores y Empleados de la UNAM (STEUNAM), del cual surgió el actual STUNAM. Como dirigente sindical, Woldenberg participó en una huelga que fue reprimida y estuvo preso cinco días en el Reclusorio Oriente. José Woldenberg fue fundador y militante del Partido Socialista Unificado de México, el Partido Mexicano Socialista y el Partido de la Revolución Democrática, el cual dejó por razones ideológicas. Entre 1989 y 1994, presidió el Instituto de Estudios de la Fundación Democrática. Como escritor e intelectual, ha participado en otras formas de la política, debatiendo la cosa pública desde la revista nexos. Woldenberg presidió el Instituto Federal Electoral de 1997 al 2003, cuando el Instituto estaba nuevecito. Antes de ese primer IFE, los órganos electorales existentes eran incapaces de ofrecer garantías de integridad, transparencia y certeza, tanto a los partidos en competencia como a los electores en su totalidad. Como Consejero Presidente del Instituto Federal Electoral, Woldenberg se impuso un objetivo simple de enunciar pero de dificultad formidable: que los ciudadanos y los partidos políticos tuvieran certidumbre en las elecciones. El IFE de Woldenberg fue responsable de dotar a los mexicanos con su primera credencial para votar con fotografía; de compilar listas nominales de electores, también con fotografía; de seleccionar y capacitar funcionarios de casilla; de imponer el uso de tinta indeleble y de boletas en papel seguridad foliadas por municipio. Así, las elecciones en México se metamorfosearon en un proceso creíble. A Woldenberg le tocó fungir como autoridad electoral en las elecciones presidenciales del 2000. En esas elecciones, por primera vez en 72 años un partido que no era el PRI ganaba las elecciones presidenciales. Ese IFE demostró ser una institución sólida capaz de hacer valer su autonomía. Este patriota mexicano que prefiere hacer política desde el salón de clases y el artículo de revista, insiste en conocer, valorar y defender la democracia que tenemos, con todos sus muchos, grandes, innegables defectos. Por eso, fue orador en la marcha ciudadana del 26 de febrero de 2023. Cuando el Presidente dé el Grito en 2049 estará conmemorando que, en parte, debemos a José Woldenberg un México democrático. Cuando el Presidente dé ese Grito del futuro, ojalá también conmemore que, de los héroes que nos dieron patria, Woldenberg fue de los pocos que murieron de viejitos en su cama. Basta de héroes asesinados y fusilados. Yo quiero vivir en un país de paz. . A la clase media mexicana le hace falta una Juana de Arco, cuya obra grandiosa consistió en lograr que la pequeña burguesía de Francia cobrara conciencia de que tenía la fuerza para erigir y derribar reyes y que la fuerza para erigirlos y derribarlos provenía de la fe. Lo que hace falta a la clase media es un milagro de convicción.
Esa Juana haría ver a la clase media mexicana que es la clase más numerosa del país. De ahí el interés en dividirla en clase media alta, media media y media baja, con dos extremos inmiscibles: ricos y pobres. Pero la división es mentirosa. Donde se construya un centro comercial hay clase media. Donde Liverpool, Suburbia o Coppel abran una tienda, donde haya un Cinépolis o un Cinemex, hay clase media, clase media del municipio de Atlixco o de la alcaldía Benito Juárez, pero clase media a fin de cuentas, que gasta y gasta bien, en refrescos embotellados, fórmula láctea, aparatos electrodomésticos y automóviles nuevos, para comprar los cuales la clase media se apunta en una lista de espera. Si eres propietario de un bien inmueble, eres de la clase media, sin importar si se trata de un terrenito en la colonia Pueblo Viejo de Iguala, de un departamento en la Del Valle o de una casa en Lomas de Angelópolis. Si tienes escritura, eres clase media. No importa si tus vacaciones son en Punta Mita o en Playa Caleta, si vas juntando a lo largo del año para vacacionar en diciembre, eres clase media. Si tus papás tienen que dejar de gastar en lujitos para que vayas a la universidad, sea pública o privada, eres clase media. Nuestra Juana de Arco haría ver a la clase media que es la clase más activa del país. Si tienes tu despacho de contador o tu consultorio de dentista, eres clase media, clase media de Pochutla, Oaxaca, o El Cedral, San Luis Potosí. Si eres dueño de un negocio, perteneces a la clase media, sin importar si compras y vendes marranos en La Piedad o llevas tu fábrica de envases de plástico en Lerma. Si eres empleado y, para llegar al final de la quincena, tienes que pedir prestado, eres clase media, sea que el préstamo te lo dé tu patrón, sea que te lo dé la tarjeta Platinum Card de American Express. De nivel de subsecretario para abajo, la burocracia proviene de la clase media. De esa clase todavía suele salir la mayoría de los secretarios de Estado y los Presidentes de la República, quizá con un par de excepciones entre los presidentes Ávila Camacho y López Obrador. De Celaya y de Tepic, pero son de clase media los oficiales del Ejército y la Marina, desde los tenientes hasta mero arriba. El tono de nuestro cuerpo diplomático lo da la clase media. La clase media es la más activa y ocupa los puestos operativos, administrativos y gerenciales de América Móvil, Bimbo y Cemex. Tanta clase media en tantos lugares habla bien de nuestro país, aunque a la clase media no la hayan dejado darse cuenta todavía. El día que nuestra Juana de Arco haga ver a la clase media mexicana cuánta fuerza tiene en sus manos, gobernícolas y milmillonarios van a temblar. Mientras Juana llega, tratemos de conocernos y comprendernos mejor, para que un día podamos unirnos entre nosotros, en eso que los marxistas han llamado “conciencia de clase”, pero que también podría llamarse solidaridad entre hombres de buena voluntad. En 2024, cuatro mil millones de personas en setenta países saldrán a votar, es decir, a intercambiar su voto por algo que ofrece un candidato al cargo de titular del Poder Ejecutivo. Ese algo puede ser tangible o intangible, general o particular.
“Yo te doy mi voto”, dice el votante al candidato, “si tú haces las paces con nuestros vecinos de Wadiya.” Pero también el candidato puede decir al votante: “Si tú me das tu voto, yo te doy un tinaco.” En otras palabras, votar se ha convertido en un comercio, un trueque, un negocio, más o menos mezquino de acuerdo con la altura ética del país donde se vota. En este contexto, se abre la oportunidad para que México se erija en ejemplo, modelo y parangón para el orbe entero de la Tierra. En 2024, podríamos los mexicanos quienes digamos: “Yo no voto ni por becas ni por pensiones. Yo doy mi voto a cambio de nada. Yo voto porque puedo. Voto para celebrar que no vivo en Corea del Norte, Birmania o Afganistán”, los países que ocupan los tres últimos lugares en el índice global de democracia. Hablando como unos Demóstenes que desayunan chilaquilitos con huevo, los mexicanos estaríamos afirmando nuestro orgullo porque, a pesar de los pesares, en este país las elecciones se han llevado a cabo de acuerdo con el orden constitucional desde 1934. Además, los presidentes han ejercido estrictamente el término que, por ley, dura su mandato. Algo semejante ha ocurrido en contados países: Canadá, Estados Unidos, Inglaterra y alguno más por ai. Nuestro Demóstenes de Tangamandapio estaría manifestando su solidaridad con sus conciudadanos, vivos o muertos, que han logrado, a costa de inmenso esfuerzo, un éxito notable: en México, a partir de 1997, se celebran elecciones limpias y los votos sí cuentan. Estaría conmemorando el hecho, mundialmente infrecuente, de que los partidos se alternan en el poder, pues en 2006 ganó el PAN, en 2012, el PRI y en 2018, Morena. Nuestro Demóstenes sabría cuan cara ha costado su democracia. La estima, a pesar de ser tan imperfecta. Otrosí, como un Cincinato que no canta mal las rancheras, nuestro mexicano arquetípico podría decir: “A mí no compran ni yo me vendo. Yo voto de gratis. Voto porque es mi deber y me lo pide la conciencia.” Nuestro Cincinato de Moroleón vota por la misma razón que tiende su cama y limpia la arena del gato. Vota igual que respeta los semáforos y paga sus impuestos. Vota por un patriotismo que no es cursi ni gritón, sino amor a la patria, humilde y callado. Claro, no es un puritano antipático: el 15 de septiembre da el Grito en el Zócalo de su localidad y compra su boleto para ir a ver jugar a la Selección Mexicana en el Azteca. Entonces, berrea “Cielito lindo” a todo pulmón. Cincinato sabe que México está malito, quizá mucho más de lo que dicen los doctores. Sabe que la patria sufre enfermedades endémicas, algunas agudas, algunas crónicas, pero también padece males propios de la época y la civilización. Sabe que México nació con taras y defectos. “¿Y quién no?”, diría Cincinato, al depositar su voto en la urna, pues sabe el dicho que dice: “A la sombra del amo, engorda el caballo.” Y así, votando en masa millones de Demóstenes y Cincinatas, de Cincinatos y Demóstenas, México elevaría el nivel de la democracia en el mundo entero. En consecuencia, el Nobel de la Paz de 2025 se entregaría al pueblo mexicano, “por contribuir a restituir el voto popular a su condición de ideal heroico”. |
Mauricio SandersEscritor, editor y traductor. Trabajó como agregado cultural y se ha desempeñado como funcionario en organismos para la cultura del gobierno de México. Más mitote
May 2024
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